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Por Claudia Alavez
Como alguien que ha aprendido créole como segunda lengua, he descubierto que este idioma va mucho más allá de la simple comunicación; es una ventana abierta hacia el alma de Haití y su vida cotidiana. El criollo haitiano no solo transmite palabras, sino emociones, imágenes y formas de entender el mundo que, para quienes venimos de lenguas coloniales, resultan una revelación.
En nuestro “manual de adaptación al blanco”, hemos compartido y aconsejado: “Apprends la langue des non-blanc·hes : kreyòl pale, kreyòl konprann”. Este llamado destaca la importancia de aprender una de las lenguas oficiales de la isla, no solo para comunicarse, sino para realmente adaptarse a la vida en Haití, entendiendo las dinámicas sociales y culturales que no pueden expresarse completamente en otro idioma. A continuación, quiero compartir cinco lecciones que he aprendido al hablar criollo haitano como segunda lengua:
1. Unir y no separar
Una de las primeras diferencias que noté al aprender créole radica en los pronombres personales. En español, nos encontramos con “él”, “ella”, una categorización constante que parece delimitar a las personas y sus acciones. En cambio, el créole, con su pronombre -li-, ofrece una flexibilidad que trasciende el género. Esta característica no sólo simplifica la comunicación, sino que permite centrarse en los hechos y no en la identidad de quien actúa. Este aspecto es profundamente interesante desde una perspectiva política, sobre todo en un momento en que en América Latina los debates sobre el lenguaje inclusivo están en auge. Mientras en el español estas discusiones siguen dividiendo, el créole ya ofrece, sin esfuerzo, un puente para trascender la famosa categoria sexo-género.
2. Una forma más directa y sincera de comunicación
El créole es un idioma que facilita una expresión clara, directa y, a la vez, profundamente visual. Aunque el créole haitiano es una lengua de imágenes y se camuflajea dependiendo el contexto, el uso de estas imágenes permite llegar al sentimiento o la emoción de manera directa y sincera. A diferencia de otras lenguas que priorizan una estructura gramatical extensa, el créole tiene la capacidad de condensar y simplificar sin perder el impacto emocional de lo que se comunica.
Un ejemplo de esta eficiencia se ve claramente al traducir textos entre lenguas; tomemos una página escrita en español, si la traducimos al francés, el texto puede llegar a ocupar hasta dos páginas debido a su gramática y ortografía más detalladas. Sin embargo, al traducir ese mismo texto al créole, el contenido se reduce considerablemente.
En muchos sentidos, el criollo revela que la autenticidad y la conexión humana no requieren palabras complejas, sino imágenes potentes y bien seleccionadas que hablen por sí mismas.
3. Contemplar y disfrutar el placer de hablar
Una de las experiencias más profundas que he tenido con el créole es la capacidad de contemplar y disfrutar las palabras en sí mismas. Aún me conmueve la expresión *lapli ap tonbe* (la lluvia está cayendo, sería la traducción fiel). En créole, la lluvia se presenta como un ser con agencia, una entidad que actúa. Esta imagen convierte la experiencia de la lluvia en algo casi espiritual, como si estuviéramos en una conversación con la naturaleza. En español, decimos “está lloviendo”, pero en créole, -lapli- toma un protagonismo especial. Es como si el idioma nos recordará que el mundo está vivo, y que podemos conectar con él de formas más profundas y poéticas.
4. Una nueva perspectiva del tiempo
El tiempo en créole se percibe de una manera cíclica, no lineal. En lenguas coloniales como el español, el tiempo está “domesticado”, siempre sujeto a relojes y expresiones como “perder el tiempo” o “se te va el tiempo”. Sin embargo, en el criollo haitiano, el tiempo parece fluir de forma más rica y profunda. El uso de marcadores de tiempo como -te, -ap-, -pral-, y -ta- nos permite pensar el tiempo de una manera más flexible, rompiendo con la rigidez impuesta por los idiomas coloniales. Esta percepción cíclica del tiempo, presente en muchas culturas no occidentales, me ha permitido revalorar la manera en que organizo mis días y entiendo los ritmos de la vida.
5. Reconexión con las lenguas maternas de México
México es un país con más de 68 lenguas originarias, y alrededor de 7 millones de hablantes de estas lenguas. Al igual que el criollo, muchas de estas lenguas tienen una relación única con el tiempo y la realidad. En la lengua otomí, por ejemplo, lo importante no es si un evento ya pasó, está pasando o va a pasar, sino otros aspectos que desafían la visión temporal de las lenguas coloniales. Aunque en México conviven muchas lenguas, fue a través del criollo haitiano que comencé a comprender lo que realmente significa posicionar un idioma como una herramienta de lucha cultural e identitaria.
Aprender criollo despertó en mí un profundo interés por ellas. A través de este proceso, comencé a ver otro México, un México que, desde la cosmovisión impuesta por el español, resulta imposible de describir o admirar completamente. Hablar criollo no solo me permitió conectarme con Haití, sino también reconectarme con mi propio país de una manera más auténtica.
Puedo decir que aprender este idioma ha sido mucho más que hablar un nuevo idioma; ha sido una puerta abierta a nuevas formas de ver el mundo, de relacionarse con la cultura, el tiempo y la naturaleza. Esta lengua, tan intrínseca a la resistencia y la identidad haitiana, me ha enseñado que los idiomas son más que herramientas de comunicación: son vehículos de pensamiento, de identidad y de lucha. El criollo también me ha permitido reflexionar sobre las lenguas indígenas de México, entender su importancia y el daño que la colonización ha causado a su supervivencia. En un mundo donde las lenguas dominantes siguen imponiendo su visión, aprender un idioma como el criollo haitiano nos invita a abrirnos a otras formas de ser y de existir. Porque, al final, los idiomas no narran historias, sino que crean realidades.
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